Hace justo una semana nos desplazábamos a Sa Pobla ilusionados. Allí nos esperaban 30 cajas de patatas, de 180x120x95 cm y más de 100 kg de peso. El objetivo era claro: construir una instalación que transformara la plaza de la iglesia, que le otorgase un nuevo uso a través de un elemento distinto, sorprendente y diferenciador. Al mismo tiempo, nos encantaba la idea de usar un objeto local, sacándolo de contexto y dándole, por un tiempo, la oportunidad de abandonar su rutina en pos del ocio.   Así lo hicimos. Con la ayuda del mejor conductor de elevadores mecánicos, levantamos una estructura llena de rincones, de reflejos, de recorridos y posibilidades. Apilamos las cajas  de madera generando un espacio laberíntico donde trepar, esconderse, correr… En definitiva, donde abandonarse al juego y a la imaginación.    Sin apenas tiempo de recoger, un grupo de niños llenaba la instalación de gritos, risas y saltos imposibles. Algunos, menos intrépidos, la observaban desde cierta distancia, acercándose a curiosear de vez en cuando. 

La plaza Alexandre Ballester fue reformada en 2011, dignificando la antesala de la Iglesia de Sant Antoni. A día de hoy, es uno de los lugares de reunión del pueblo, donde feligreses, familias, jóvenes y pequeños se entremezclan con diferentes intereses. Desde una de sus farolas, un cartel prohíbe jugar a la pelota en todo el área.   Hoy por la mañana hemos vuelto a Sa Pobla, fantaseando con los nuevos usos que los vecinos habrían dado a la estructura. Recordábamos a los adolescentes de Campos, que el verano pasado compartían confidencias en nuestra obra del ArtNit, a las mercantes que la usaban como tendedero para su género. Pero al llegar, solo hemos encontrado esto:  

Tan solo una semana después, las cajas han vuelto a la cooperativa, a su vida cotidiana. Parece ser que han vencido los comentarios de cierto sector vecinal, los que tildaron la instalación de «barbaridad en la plaza de la iglesia» o de «cosa para niños, moderna y absurda». Se han impuesto la Semana Santa, la ciudad quieta, el miedo al cambio, la rutina y la acritud de los que prefieren que no pase nada, de los perros del hortelano que con demasiada frecuencia influyen en las decisiones de otros y que estos otros, en un intento de permanecer, escuchan y obedecen, también con demasiada frecuencia.    Pero a pesar de todo, nosotros seguiremos insistiendo en que la ciudad debe ser un reflejo de TODOS, incluso (y sobre todo) de los que aun entendemos el juego como algo necesario, el espacio público como riqueza y oportunidad de avance colectivo… De los que, a pesar de los carteles, seguimos jugando al balón en los lugares prohibidos.    

* Nuestro más sincero agradecimiento a los que hicisteis posible la instalación de 180.120.95. A Mariona Mir, a la brigada del Ayuntamiento de Sa Pobla, a la cooperativa Espelt y a todos los que, durante esta semana, os habéis perdido entre la madera. Gracias a vosotros, en la ciudad siguen pasando cosas (aunque sea solo por un ratito).

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