A veces nos lanzamos a la calle para tomarla, para demostrar que la ciudad puede (y debería) usarse como lugar de juego y relación.
En esta ocasión, armados con más de 50 ovillos de lana, niños y no tan niños transformamos una esquina de la plaza, mientras recibíamos miradas y comentarios curiosos de los paseantes y comprobábamos cuántas ganas tenemos de seguir siendo pequeños.