A bote pronto, Ramón Llull tenía poco que ver con la arquitectura. Fue filósofo, poeta, juglar, senescal de la corte, científico, teólogo, alquimista… Nada en demasiada relación con lo construido. Así que al plantearnos un taller sobre el beato, decidimos recurrir a su faceta viajera, aquella que le hizo pasear el mundo en busca de conocimientos y nuevos adeptos a la religión católica. En esta empresa visitó Barcelona, Santiago, Granada, Aviñón, Ámsterdam, Nápoles, Cracovia, Túnez… Ciudades con murallas en común y con una tradición medieval arraigada.
Siguiendo a Ramón en sus viajes A estos y otros periplos debemos su Arte, entendido no como algo plástico sino como técnica: un método científico para explicar la fe, basado en complejos dibujos y relaciones. Del Arte nos centramos en la Figura V, que conecta las virtudes y los defectos mediante triadas de colores.
¿Pero qué le ocurre a la ciudad si la construimos desde la ira, la codicia, la soberbia o la avaricia? Pues que el espacio se llena de humo, de cárceles, de soles tristes y hambrientos zombis. Levantamos esta ciudad gris y en corro nos despedimos de ella, dejando lo malo en su recinto amurallado.
¿Y qué pasa si la planificamos a partir de la justicia, la esperanza, la fortaleza y la prudencia? Que lo negativo se transforma en arcoíris, en edificios azules, en dragones que reparten regalos mientras unos niños se deslizan por su puntiaguda cola. Volvemos al corro y decidimos quedarnos aquí, imaginándonos es este lugar lleno de árboles y superhéroes (nosotros mismos). Lo imaginamos y lo deseamos, porque dicen que los pensamientos positivos, si les ponemos toda nuestra energía, llegan a hacerse realidad.
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